Oceanía de comienzos del siglo XX. Al contrario
de la mayoría de las personas de la época,
ella ya consideraba el arte étnico un high
art o arte mayor.
Entre los 200 ítems expuestos, están muchos
de los vestidos que solía usar de autoría de
Cristóbal Balenciaga, Elsa Schiaparelli y Paul
Poiret, así como joyas y otros accesorios. Tenía
especial perdición por su colección de period
rooms, miniaturas de ambientes decorados en
los más variados estilos y que solía encargárselas
a especialistas. Estas perfectas salitas tamaño
muñeca podían ir del estilo barroco español
hasta aquel típico de los talleres de los pintores
en Montmatre en el cambio del siglo. Siete
de estas salitas están en la muestra y será la
primera vez que el público podrá apreciarlas
después de 50 años. Durante mucho tiempo,
encantando a clientes y a visitantes, estuvieron
expuestas en la galería instalada en su salón
flagship nuevayorquino en el número
715 de la Quinta Avenida.
Vanidosa, vanguardista y siempre consciente
de la importancia del marketing, se hizo
retratar por grandes artistas de la época como
Picasso, Marie Laurencin, Paul César Helleu e
incluso ANdy Warhol, que la diseño en 1957.
Consta que, después de su muerte, compró un
anillo de rubíes con las iniciales HR que a ella
había pertenecido, comprobando la mutua
admiración de dos estrellas en el sector del arte
como business y del business como arte. Tanto el
anillo como los retratos están en la exposición.
De los más de treinta portraits de Helena
Rubinstein diseñados por Picasso en 1955, se
están vendo doce por primera vez en Estados
Unidos. Y no podría faltar allí, obviamente,
los múltiples y creativos anuncios, hoy vintage,
los productos cosméticos con sus embalajes
y las películas promocionales relacionadas
a su business.
A fines del siglo que vivió, el exceso de uso
de cosméticos, asociado a los rasgos muy
maquillados de artistas y prostitutas, era mal
visto por la clase media. Pues Helena Rubinstein
decidió dar vuelta a ese concepto, o mejor,
convertir en positivo un antiguo perjuicio.
Mostró a las mujeres que ellas pasaron a tener
a su disposición los elementos para lograr una
mejor apariencia y, de este modo, reunir más
autoconfianza y éxito. Derrumbó el mito de que
la belleza y el buen gusto serían o inaptos, o
privilegio de los más favorecidos. Y permitiendo
que las mujeres que se mostraran asertivas
con relación al propio cuerpo y ostentaran una
actitud independiente, contribuyó para que se
hicieran más poderosas.
En 1888, en Polonia, Helena Rubinstein se
escapó de un matrimonio que el padre quería
imponerle con un hombre más grande y,
en 1896, después de haberle ayudado en los
negocios y de haber iniciado en el estudio de
la medicina, logró trasladarse de Cracovia a
Australia donde vivía un tío. No abrió mano
de llevarse potes de una crema que un químico
húngaro había desarrollado para su madre. En
Melbourne, importando más cremas de Polonia,
logró abrir, con enorme éxito, en 1903, su primer
salón de belleza. “Belleza es Poder”, frase que
da título a la exposición, fue el titular de su
primer anuncio en un periódico australiano en
1904. La audacia de la expresión ya evidenciaba
su postura feminista y su olfato comercial.
A pesar de en Australia haber alborotado la vida
de un norteamericano con lo quien vendría a
casarse solamente muchos años después, pues
decidió que, antes de construir una familia,
tendría que abrir salones de belleza aún más
lujosos en Londres y París, se mantuvo soltera
hasta los 38 años. Años más tarde, yendo a
visitarla en Londres, donde Helena seguía
desarrollando cremas y nuevos productos,
Edward William Titus logró no solo que ella se
convirtiera en su mujer, sino también que fuera
a vivir a Estados Unidos donde tuvieron un
hijo. La primera guerra mundial amenazaba a
Europa y, en 1915, Madame inauguró su primer
salón de belleza en Nueva York. Poco antes,
dos eventos hoy considerados revolucionarios
habían sacudido los cimientos de la sociedad
conservadora norteamericana. Uno de los
eventos fue la exposición en 1913 con trabajos,
entre otros, de Marcel Duchamp que produjo
un cambio impactante en los conceptos del arte
moderno y, en 1911, la gran manifestación
de las llamadas sufragetes, donde muchas de
las mujeres se pintaron la boca con labial rojo
como símbolo de la lucha por la emancipación
femenina.
Helena Rubinstein no perdía tiempo. Intuitiva,
tuvo la genialidad de desarrollar una marca
que atraía no solo a mujeres sofisticadas de la
sociedad, sino también a aquellas profesionales
que comenzaban a ganar su propia
independencia financiera. Se dio cuenta de la
existencia de un nicho importante que se creaba
con la entrada de mujeres inmigrantes en el
mercado de trabajo.
Sus salones de belleza se inspiraron mucho en
los tradicionales salones de belleza literarias
de Europa, donde la dueña de la casa, bien
relacionada con artistas e intelectuales – en el
siglo XIX y comienzos de los años 20 – mantenía
las puertas abiertas en un determinado día
de la semana. En los salones de belleza de
Rubinstein, donde no solo la piel, sino también
el pelo y las uñas se los debería tratar con
productos probados y de la mejor calidad,
había, para dirigirlos, hostesses sofisticadas.
Allí, las mujeres aprendían a descubrir y
a valorar el propio estilo y a reevaluar sus
estándares de gusto. Recibían orientaciones
acerca del color, diseño y arte para que
HELENA
RUBINSTEIN NA
BIBLIOTECA DE SEU
APARTAMENTO
EM PARIS, NA ÎLE
SAINT-LOUIS,
COM PARTE DE
SUA COLEÇÃO DE
MÁSCARAS
DA ÁFRICA E
OCEANIA (1951)
FOTO: HELENA
RUBINSTEIN
FOUNDATION
ARCHIVES, FASHION
INSTITUTE OF
TECHNOLOGY,
SUNY,
GLADYS MARCUS
LIBRARY, SPECIAL
COLLECTIONS
HELENA RUBINSTEIN EM FRENTE A
UMA DAS MINIATURAS DE AMBIENTES
DECORADOS DE SUA COLEÇÃO (SALA
DE JANTAR / ESPANHA / SÉCULO XVIII)
FOTO: TEL AVIV MUSEUM OF ART
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