Página 24 - Revista Hall 35ª edição - Julho 2013

Além de seu trabalho em Monticello, hoje transformado
em Museu, foi na Universidade da Virgínia que Thomas
Jefferson pôde melhor provar sua capacidade profissional e
seu talento arquitetônico. Tinha, a essas alturas da vida, 76
anos. Incansável, batalhou pela autorização da cátedra, pelo
terreno, fez os desenhos, planejou o curriculum e foi o seu
primeiro Reitor. Os prédios iniciais foram projetados formando
uma “vila acadêmica” onde estudantes e professores viveriam,
aprenderiam e ensinariam numa grande comunidade. Cada
prédio seria um modelo independente de arquitetura, além de
moradia e abrigo. Das edificações originais, a Rotunda, inspirada
no Panteon de Roma, até hoje chama atenção por sua ousadia.
Trata-se do Campus universitário, considerado por muitos
americanos como o mais belo e importante do país. Basta dizer
que em 1987 as Nações Unidas incluíram a “vila acadêmica” na
lista de patrimônios da humanidade.
Em Monticello, além da casa e dos jardins, Jefferson se
preocupava com a iluminação, com o aproveitamento dos
pequenos espaços, com o desenho de portas, janelas, armários,
relógios, candelabros, urnas para café e até mesmo as cortinas.
Gostava de embutir camas, de espelhos côncavos, monta-
cargas, estantes giratórias, bancos mecanizados. Seus próprios
aposentos foram apelidados por um hóspede de “sanctum
santorum”. Inspirado por uma disposição de ambientes que
havia visto e apreciado na França, Jefferson criou quatro
espaços interligados; quarto de dormir, estúdio, estufa e
pequena biblioteca. Nessa, digamos, suíte-apartamento, ele se
dedicava aos seus múltiplos interesses que iam da arquitetura
à astronomia, passando pela ciência e pelas plantas. Segundo
as memórias escritas por Isaac, um de seus escravos, consertar
instrumentos e trabalhar na feitura de pequenos móveis era para
sua mente um relaxamento. “Meu mestre tinha uma mão jamais
vista para fazer chaves, cadeados e pequenas correntes em ferro
e cobre”, afirmava.
Además de su trabajo en Monticello, hoy
transformado en Museo, fue en la Universidad
de Virginia que Thomas Jefferson puede
comprobar mejor su capacidad profesional y
su talento arquitectónico. Tenía, a esa altura
de la vida, 76 años. Incansable, luchó por la
autorización de la cátedra, por el terreno,
hizo los diseños, planificó el plan de estudio
y fue su primer Rector. Los edificios iniciales
han sido proyectados formando una “villa
académica” donde estudiantes y profesores
vinieron, aprendieron y enseñaron en una gran
comunidad. Cada edificio sería un modelo
independiente de arquitectura, además
de vivienda y abrigo. De las edificaciones
originales, la Rotunda, inspirada en el Panteón
de Roma, hasta hoy llama la atención por su
osadía. Se trata del Campus universitarios
considerado por muchos americanos como el
más bello e importante del país. Basta con decir
que en 1987 las Naciones Unidas incluyeron
la “villa académica” en la lista de patrimonios
de la humanidad.
En Monticello, además de la casa y de
los jardines, Jefferson se preocupaba con
la iluminación, con el aprovechamiento
de los pequeños espacios, con el diseño
de puertas, ventanas, armarios, relojes,
candelabros, urnas para café e incluso las
cortinas. Le gustaban embutir camas, los
espejos cóncavos, montacargas, estantes
giratorias, bancos mecanizados. Sus propios
alojamientos recibieron, de un huésped, el
apodo de “sanctum santorum”. Inspirado
por una disposición de ambientes que había
visto y apreciado en Francia, Jefferson creó
cuatro espacios interconectados; cuarto de
dormir, estudio, estufa y pequeña biblioteca.
En esta, digamos, suite-piso, él se dedicaba
a sus múltiples intereses que iban desde la
arquitectura hasta la astronomía, pasando por
la ciencia y por las plantas. Según las memorias
escritas por Isaac, uno de sus esclavos, arreglar
instrumentos y trabajar en la fabricación de
pequeños muebles era, para su mente, una
relajación. “Mi maestro tenía una mano jamás
vista para hacer llaves, candados y pequeñas
cadenas en hierro y cobre”, afirmaba.
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De Estilo e Olhar /
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